viernes, 31 de octubre de 2014

¿LO AMARÁN COMO LO HAGO YO?


Si por un instante pudiéramos ver lo que sucede del otro lado del cielo, dudo que a muchos les gustaría saberlo, y más en una sociedad que confunde el cielo con la felicidad, y la felicidad con un automóvil último modelo.

¿Por qué la Biblia dedica tantos capítulos a templos, sacerdotes y reglas de sacrificios que ya ni siquiera existen y nos habla tan poco del cielo?

Si yo pudiera escoger un momento en la historia para ver lo que sucede del otro lado del cielo, sé exactamente que momento seleccionaría.

En ese momento especial que escogería de entre muchos, del otro lado del cielo vería un lugar desconsolado y sin duda profundamente herido por la pérdida, el silencio ya se habría adueñado del lugar, sin alegre música, ni razón para cantar.

Al igual que los cuentos de hadas y princesas que no niegan la existencia del dolor, el otro lado del cielo tampoco lo haría, siempre lo imagine como un lugar fantástico, llenó de luz y alegría, pero lo que tendría delante de mis ojos más bien luciría como una ciudad abandonada y castigada por la guerra.

En sus calles de oro, aún se podrían escuchar sollozos, apagados clamores que hablan de la pérdida, pero, ¿la pérdida de qué? ¿Qué ha perdido el cielo para que sus calles de oro sean opacadas por una fúnebre tristeza? ¿Qué pérdida le ha quitado el brillo a su mar de cristal?

En cada uno de sus rincones podría escuchar en el eco, las últimas palabras que salieron de la boca del Creador, que sin querer ser consolado, se retiró a un lugar solitario, “¿Lo amarán como lo hago yo?” -repite el eco una y otra vez-

Lo que vería del otro lado del cielo, me recordarían las palabras del profesor Langdon Gilkey, uno de los más influyentes teólogos cristianos americanos del siglo 20, acostumbraba a decir que los cristianos tienen una herejía, y es la de descuidar o hacer a un lado a Dios el Padre, el Creador, el Soberano de toda la historia humana a favor de Jesús.

Muchos prefieren al Jesús del Nuevo Testamento, en lugar de, según a su parecer “El Dios temible” del Antiguo Testamento, pero como dice Donald Arthur Carson “Cuando usted se mueve desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo testamento, no se desplaza de un Dios más duro a un Dios más suave”.

De alguna manera tenemos metida en la cabeza la idea de que Jesús es más dulce que el Padre, disfrazamos a Dios como un severo y cruel juez y al Hijo como un heroico Salvador, pero no es así, no al menos del otro lado del cielo.

Yo sabía que cuando Jesús moría en la cruz, Dios el padre le escondió la cara al Hijo, pero lo que nunca me imagine, es que esa cara, estaba llena de lagrimas, amor y ternura por su Hijo.

“¿Cuidarán de mi Hijo, lo amarán como lo hago yo? Tengo miedo de verlo irse, temor de que sus corazones no sean sinceros con Él, hay solo una cosa que necesito saber antes de que mi Hijo se vaya a la tierra” -Dijo con voz angustiada el Padre- “¿Lo amarán como lo hago yo?” –pregunta una y otra vez el Creador.

Ahí, en ese justo momento que escogí para ver lo que sucede del otro lado del cielo, está un Dios con sentimientos tan parecidos a los que los padres terrenales tienen por sus hijos, o más bien, ¿no será que los sentimientos que experimentan los padres por sus hijos son muy parecidos a los que siente Dios?

¿Qué padre o madre no se preocupa cuando su hijo va a la escuela? ¿Acaso no llama constantemente a casa para saber que están bien? ¿Acaso no quieren que amen a sus hijos como ellos los aman?

Dios se pregunta: “¿Por qué? ¿Por qué tiene que bajar a la tierra como hombre? Pequeño y débil, humilde y manso, ¿cómo podemos cantar cuando se ha ido? Hemos perdido todo al perder a nuestro Rey” -dice con lágrimas el Padre-

El cielo llora frente a un trono sin su Rey, el Dios que anhela con fuerza amarnos y ser amado por nosotros, también llora y lo hace de manera desconsolada.

No puedo concebir tanto amor y dolor en el corazón del Padre, “¿Lo amarán como lo hago yo?” –repite una y otra vez.

¿Cómo podría decirle al Padre que no se preocupe? ¿A caso en verdad vamos a amar a su Hijo una vez que baje a la tierra? ¿Nos vamos a preocupar por Él? ¿Nuestros corazones serán sinceros con Él?

Jesús está a punto de descender a un mundo en donde las esculturas pueden escupir a su escultor, los personajes del drama pueden volver a escribir el libreto, en una palabra, ¡un mundo de personas libres! Tan libres para decidir amarlo o crucificarlo, un mundo como dice C.S. Lewis ocupado por el enemigo.

A punto de descender a un mundo en donde lo van a tratar como rey, pero una majestad pisoteada, humillada y con una corona de espinas.

Gritaría todo el día al cielo hasta quedar sin voz: “¿Para qué desciende el Rey? ¿Qué necesidad tiene de hacerlo? Y seguiría suplicándole con todo mi corazón: “¡Del otro lado del cielo todos lo aman! ¡Por favor Padre, no permitas que tu Hijo descienda!”.

Pero, en la mirada del Padre puedo ver, ¿qué puede ser menos atemorizante que un bebé recién nacido moviendo sus manitas y piernitas, y con los ojos todavía fuera de foco?

En Jesús, nacido en un pesebre Dios halló por fin una manera de acercarse a la humanidad sin que ésta tuviera que sentir temor.

Esto me recuerda parte del poema de Robert Soutwell, “Este pequeño niño de tan pocos días de nacido, ha llegado para saquear el redil de Satanás, el infierno entero se pone a temblar ante su presencia, aunque él mismo tirite de frío”.

¿Cómo habrá sido la primera noche en Belén? ¿Cómo se sintió Dios en esa noche al ver a su Hijo enfrentando un mundo frío y duro? Como cualquier bebé, Jesús lloró en la noche en que entró a este mundo; un mundo que le daría, ya de adulto tantos motivos para llorar.

Él se ha despojado de sus ropajes reales, bajó a la tierra el león, pero también el cordero, el águila, pero también la gallina madre, el rey, pero también el siervo.

Una vez escuche que un hombre sin lágrimas es un hombre sin corazón, pero también un cielo sin lagrimas es un cielo sin amor.

Como dije, si pudiera escoger un momento en la historia para ver lo que sucede del otro lado del cielo, con exactitud sé muy bien cual sería, justo el momento en que Jesús, el Rey que no quiere sumisión, sino amor, descendió a la tierra, escogería el momento en el que Dios comenzó a preguntar: “¿Lo amarán como lo hago yo?”.


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