Me encontraba en una lejana sierra de Veracruz, la noche nos
había alcanzado y seguíamos en la humilde
choza de una familia que tratábamos de hablarle del “amor de Dios”. Decepcionado no entendía por qué nos cerraban la puerta sin querer escucharnos.
Era obvio que el padre de familia no nos quería ahí, pero el
capitán del viaje misionero parecía no darse cuenta. -“Yo no creo en tu
religión, no creemos en lo que ustedes dicen”- dijo muy molesto el padre
de familia.
El ambiente en la choza era muy tenso, era como estar en
medio de un partido de tenis, de un lado se golpeaba la pelota y del otro
también.
De pronto pude ver a un niñito triste, dibujada en su carita
una sonrisa al revés. Era el hijo más
pequeño de la familia, hace varias semanas estaba enfermo y no mejoraba.
El capitán al ver la negativa de toda la familia, se dio por vencido y emprendimos nuestro
regreso a la base. Pero antes -“solo déjame hacer una oración por tu familia”-
dijo el capitán y con tal de que nos marcháramos, gustosamente aceptaron.
Inmediatamente tome al niño en mis brazos y fui sobrecogido
por una sensación de amor y preocupación por ese pequeñito. Yo no sabía que
estaba a punto de ver un milagro.
Todos cerramos nuestros ojos para escuchar la oración del
capitán, la verdad no le preste atención,
al fin y al cabo era mecánica y poco sincera.
Seguía atrapado por esa sensación de amor por ese niño y
comencé a llorar de manera incontrolable, trataba lo más posible de contenerme
y no hacer el ridículo delante de la familia y del capitán.
Mi oración, sí es que a eso se le puede llamar oración, era
solo un llanto sincero a Dios: “Por favor Dios, sana a este niñito, por favor Dios,
sana a este niñito…”
Al terminar la oración, abrí mis ojos y para mi sorpresa vi
a toda la familia y al capitán llorando también. El padre de familia que nos
estaba corriendo de su casa, ahora dijo: “No se vayan, por favor quédense a
cenar con nosotros, ahora sí, hablen de Dios”.
Creo que una de las comisiones más complicadas para los
cristianos es la de “hablar de su fe” a otros, algunos dicen que lo único que
se necesita es armarse de valor y hacerlo. Y ahí tenemos a los “atrevidos
evangelistas” gritando como locos en las calles y condenando a todo mundo al
infierno.
Pero mi experiencia en la sierra, me enseño a hablar de Dios sin
palabras, en el lenguaje del
amor, sin sermonear, ni bombardear a la gente con argumentos teológicos llenos
de condenación. ¿Por qué nosotros como cristianos continuamos diciendo las
grandes verdades que nadie entiende?
Esa noche en aquella alejada choza, aprendí a ver y tratar a
cada individuo único y digno de amor. Se comete el error de creer qué el hombre
sin Cristo es un cero a la izquierda, poca cosa o algo parecido a nada, pero
debemos estar conscientes que el hombre tiene valor debido a que es creación de
Dios.
Francis Shaeffer indicaba: “El hombre es no solo maravilloso
cuando él es “nacido de nuevo” como cristiano; él es también maravilloso ya que
Dios lo hizo a su imagen”. Calvino tenía el punto de vista de que la imagen de
Dios no fue completamente borrada por la caída.
Esa noche, en aquella alejada choza sucedió un milagro, y no
me refiero a la sanidad del niñito, que era razón suficiente para alardear y
dar testimonio como le encanta hacerlo a los cristianos.
No, me refiero a otro tipo de milagro, a ese tipo de milagro
que como cristianos necesitamos; el milagro de hacer sentir a una persona
especial, a considerarlo como digno de nuestro amor y esfuerzo.
Sí le vamos a hablar a la gente del amor de Dios, debería ser porque cada individuo es digno y
no para tratar de convencerlo o “convertirlo” a nuestra manera de pensar o
creer.
Muchas personas en nuestra sociedad sufren y aun muchos
cristianos se sienten sin apoyo y el último lugar donde pedirían ayuda, sería
en la iglesia local. Una investigación encontró que la palabra más común usada
por no cristianos para describir a los cristianos es “intolerante”, y así ¿cómo
nos van a creer cuando les decimos: “Jesús te ama”, si en lugar de amor lo que ven
es intolerancia de nuestra parte?
Francis Shaeffer con frecuencia acentuaba que el hombre “no
ha dejado de ser hombre porque está caído”.
Aunque torcido, corrompido y perdido a consecuencia de la caída, el
hombre es todavía hombre, y él “no se ha hecho, ni máquina, ni animal, ni
planta”.
El milagro que sucedió esa noche en aquella choza fue en mi
corazón, “el amor” del que se supone fuimos a hablarles, fue creíblemente demostrado
y quizás por primera vez estaba practicando lo que predicaba.
Como decía acertadamente Thomas Merton: “El principio del
amor es dejar que aquellos que amamos sean perfectamente ellos mismos, y no
torcer para que se ajusten a nuestra propia imagen”.
No, no se necesita valor para hablar de Cristo a otros, se
necesita amor. Debemos tratarlos con respeto y con el valor que Dios les da.
No son “perdidos o incrédulos” son personas hechas a la
imagen de Dios, ellos son su creación máxima y si no los tratamos de esa manera,
la gente tiene todo el derecho de no escucharnos, cerrar la puerta ya sea de
una choza en una alejada sierra de Veracruz o la puerta de su mente y coraz
ón.